martes, 4 de diciembre de 2012

El camino del samurai: Deshonor


No deja de brotar sangre de la herida que tengo asentada en el muslo derecho. Un dolor cálido que me recuerda que todavía sigo vivo.

Me acerco al arroyo y sumerjo la cabeza profundamente. Dentro del agua el mundo sigue siendo un lugar tranquilo y apacible. Bebo tanta agua como mi organismo me permite y disfruto de los pocos segundos de paz que me brinda amablemente la naturaleza.

Me las apaño para encender una pequeña hoguera, lo suficientemente pequeña como para que nadie sepa que estoy aquí. Mis ojos se clavan en el fuego, en las chispas que saltan de un lado a otro sin rumbo, sin dueño. Brillando en una décima de segundo y consumiéndose al instante. Una vida fugaz y ardiente.

En mi mano encuentro la empuñadura de una katana cuya hoja es portadora de sendas cicatrices, fruto de las innumerables batallas que ha presenciado.

Ahora que lo pienso siempre he vivido con una espada en la mano. Mi padre era el maestro de un dojo situado en las afueras de la villa donde nací y crecí. Desde pequeño estuve condenado a cumplir sus aspiraciones, como consecuencia he sido instruido duramente en el camino de la espada.

Cuesta imaginar cómo hubiese sido mi vida al margen del gélido metal de mi katana. Sin todas aquellas tardes batiéndome en duelo con los chicos que frecuentaban el dojo. Mis manos no están preparadas para otra cosa que no sea el manejo de la espada. Nací para el combate. Cuando no quedó nadie a quien vencer en mi villa, comencé a visitar los pueblos cercanos en busca de nuevos contrincantes.
Jamás fue suficiente, tenía que llegar más y más alto a cualquier precio. Ya ni siquiera recuerdo que era lo que anhelaba conseguir, que quería alcanzar.

La madera sigue ardiendo mientras las llamas bailan descontroladas. Entre las llamas la vuelvo a ver, su sonrisa brilla encendiendo mi corazón. Pero desaparece súbitamente, como otra chispa más.

Tras cambiarme la venda de la pierna y después de horas luchando contra la fiebre, el sueño viene a por mí. Otra vez el mismo sueño.



De nuevo estoy arrodillado frente a un grupo de personas que me observan. No puedo ver sus caras. Intento alzar la vista pero la presión es abrumadora.

Delante de mis rodillas tengo una espada corta. Una ligera brisa besa la hoja de la espada haciéndola susurrar mi nombre una y otra vez.

A mi lado un hombre permanece de pié blandiendo una espada con ambas manos. Inexpresivo e inmóvil como un centinela de piedra.

Llega el momento que todos estaban esperando, el acto final. Lentamente separo las ropas que me cubren el vientre y sin pensármelo dos veces desenvaino la espada. Apoyo la punta contra mi barriga. Una gota de sangre desciende por mi abdomen poniendo de manifiesto que la espada ha sido afilada a conciencia.

Cierro los ojos y agarro el mango con todas mis fuerzas. En la oscuridad de mi cabeza aparece su imagen. Me mira y sonríe. Pensé que la había olvidado.




Me levanto empapado en sudor en medio del bosque, mi cuerpo tiembla calado hasta lo más hondo por el frío de la noche. El sol acaba de salir y sus primeros rayos me empujan de nuevo hacia mi destino.

Me gustaría tener noción sobre cuánto tiempo llevo caminando. Las piernas están agarrotadas y la fiebre parece que no hace más que subir. El sol choca contra mi frente provocándome un dolor de cabeza infernal, mil veces peor que cualquier resaca de sake. Camino con los ojos entrecerrados, apenas consciente de cómo mi cuerpo cae a cámara lenta contra el suelo. Y no deja de pensar lo débil que me he vuelto.


.-“Ei, amigo, ¿Cómo te encuentras?”

Son las primeras palabras que oigo en días. Una voz amable y relajada que me recuerda que el terrible dolor de cabeza ha cesado.

-.”Creo que bien. ¿Dónde estoy?”

.- “Te encontré tirado y delirando por la fiebre en medio del bosque. Tienes suerte de estar vivo muchacho.”

La voz proviene de un anciano de  baja estatura. En su cara hay esculpidas mil y una arrugas y porta una sonrisa decorada con los pocos dientes que le quedan.

Me incorporo y recorro la habitación con la mirada, mi instinto busca algo.

.-“Si estás buscando tu espada permíteme que te ahorre el disgusto. La he tirado. Ya le había llegado la hora después de todo.”

Mi corazón se dispara lleno de rabia.

.-“¿Qué ha hecho qué? No puedo volver allá fuera sin una maldita espada. Es como si rescatas a una avispa y le arrancas el aguijón.”

.-“No te apresures. Había pensado en darte la mía, de todas formas yo no tengo fuerza suficiente como para ir por ahí cortando gente. Creo que a ti te quedará mejor.”

Mis pulsaciones, antes aceleradas, vuelven a la normalidad. No solo he perdido el honor, sino también el respeto por los mayores.

.-“Discúlpeme. Pero ya sabe lo peligroso que es este mundo hoy en día.”

El viejo se retira no sin antes obsequiarme con ropa limpia y una nueva katana enfundada en una vaina de color negro azabache. Se despide con un gesto modesto y se marcha de la habitación. Puede que lo haya ofendido.

Han pasado ya tres días y me encuentro lo suficientemente bien como para proseguir. Acabo de terminar el almuerzo cuando el viejo entra repentinamente cerrando la puerta tras de sí.

.-“Ha llegado la hora de que sigas tu camino.”

Lo dice con una mirada compasiva y llena de compresión. Las palabras salen apresuradas de su boca, como si tuviesen el tiempo contado.

.-“Deja que te diga algo antes de que te vayas. El hecho de ser humano nos condena a desviarnos de la senda desde que nacemos. La vida está llena de almas en pena, de gente perdida que se ahoga en el mar de la desesperación. Gente que es incapaz de encontrar algo especial por lo que vivir. Algo más allá de la espada.”

No entiendo porque tiene que decirme todo esto ahora. Este señor no sabe nada sobre mí. Puedo ver en su cara un profundo arrepentimiento. Me recuerda mucho a como me sentí en aquel momento. El momento en el que perdí mi honor.

-“He hecho algo terrible viejo. He tirado mis ideales por la borda. He destruido lo que tantos años me ha costado cultivar. Pero en el último momento he encontrado algo por lo que quiero vivir, algo que tengo que ver antes  de abandonar este mundo. Aunque no sé si merezco vivir para verlo.”

.-“Vive. Haz lo que tengas que hacer, busca aquello por lo que has decidido permanecer y por nada del mundo dejes que se apague tu luz.”

El viejo abre la puerta y me acerca la espada que me regaló. Nada más abrirla se coloca delante de mí. Varios ruidos sordos se oyen al otro lado de la puerta y un hilo de sangre se descuelga por su labio inferior mientras me susurra sonriente.

.-“Esa chica a la que no paras de llamar en sueños. Estoy seguro de que merece la pena. Encuéntrala.”


Su cuerpo de desploma y es cuando veo que su espalda ha sido atravesada por dos flechas.

Salgo de la casa con la espada colgada en la cintura. Afuera me esperan cuatro hombres armados, dos de ellos cargan con un arco y cogen una flecha del carcaj en cuando me ven salir de la casa.

.-“Se suponía que aquel buen hombre iba a hacerte salir de la casa. Esas flechas llevaban tu nombre. Deberíamos añadirlo a tu lista de crímenes.”

Las flechas están de nuevo apoyadas contra la cuerda del arco. Impacientes por ser disparadas.

.-“Veo que el Shogun ha preferido contratar a ronins para no tener que ensuciarse las manos, menuda sorpresa.”

.-“Se te acusa por desobedecer las órdenes directas del Shogun, por el asesinato de tres hombres durante tu acto voluntario de seppuku y por deserción. Disculpa si no tengo la cortesía de dejarte decir unas últimas palabras. Después de todo has tirado tu última oportunidad de morir conservando tu honor.”

El aire mecía las hojas de los árboles, acunándolas como si fuesen sus hijas. Pero ninguno de los hombres allí presentes se movía lo más mínimo. Como una pintura viva, parecía que todo iba a explotar en cualquier momento.

Mi mano, paciente, ha repetido más de un millón de veces el recorrido que la lleva hacia la empuñadura de la espada. Las flechas me miran, sedientas de sangre fresca. Los otros dos asaltantes desenfundan las espadas y se colocan en posición ofensiva.

Cojo aire por la nariz y lo expulso por la boca. Libero mi mente de cualquier pensamiento, pero antes de dejarla completamente en blanco vuelvo a pensar en ella una vez más. Pienso en ella y en que no puedo morir todavía.

Doy dos pasos hacia delante y oigo el chasquido de la cuerda azotando la pluma de las flechas. Mi técnica de desenvaine y mis reflejos me permiten interceptar la primera flecha, partiéndola a la mitad, mientras que la otra apenas me roza el brazo.

Mi primer contrincante se acerca hacia mi alzando  la espada, con un movimiento rápido y preciso me adelanto y lanzo un corte horizontal que recorre la parte inferior de su tronco de lado a lado. Inspiro mientras giro alrededor de su cadáver, que todavía no se ha caído al suelo, y agarro su espada corta. La lanzo con todas mis fuerzas acertando en la cabeza de uno de los arqueros y rápidamente bloqueo el espadazo que me propina el segundo espadachín.

Intercambiamos golpes durante varios segundos hasta que mis músculos entran en calor, sin embargo los golpes de mi contrincante empiezan a ser descuidados y débiles, producto del cansancio.

Desvío un corte lateral lanzando la espada de mi oponente por los aires y sin dudarlo dos veces empujo mi espada contra su diafragma, en una estocada en la que pongo todo mi ser.

Parece ser que el otro arquero escapó en medio del espectáculo.

Me encuentro rodeado por los cuerpos de tres extraños que ya forman parte de aquellos a los que me he llevado por delante desde que todo esto empezó. No es momento para flaquear.Tengo la cara empapada en sangre y mi cabeza vuelve a funcionar otra vez. Guardo la espada en la funda  y alzo la cabeza para mirar al cielo.  Lleno mis pulmones de aire limpio y le grito al mundo.


.-“¡No quiero morir!”

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