No deja de brotar sangre de la herida que tengo asentada en
el muslo derecho. Un dolor cálido que me recuerda que todavía sigo vivo.
Me acerco al arroyo y sumerjo la cabeza profundamente.
Dentro del agua el mundo sigue siendo un lugar tranquilo y apacible. Bebo tanta
agua como mi organismo me permite y disfruto de los pocos segundos de paz que
me brinda amablemente la naturaleza.
Me las apaño para encender una pequeña hoguera, lo
suficientemente pequeña como para que nadie sepa que estoy aquí. Mis ojos se
clavan en el fuego, en las chispas que saltan de un lado a otro sin rumbo, sin
dueño. Brillando en una décima de segundo y consumiéndose al instante. Una vida
fugaz y ardiente.
En mi mano encuentro la empuñadura de una katana cuya hoja
es portadora de sendas cicatrices, fruto de las innumerables batallas que ha
presenciado.
Ahora que lo pienso siempre he vivido con una espada en la
mano. Mi padre era el maestro de un dojo situado en las afueras de la villa
donde nací y crecí. Desde pequeño estuve condenado a cumplir sus aspiraciones,
como consecuencia he sido instruido duramente en el camino de la espada.
Cuesta imaginar cómo hubiese sido mi vida al margen del
gélido metal de mi katana. Sin todas aquellas tardes batiéndome en duelo con
los chicos que frecuentaban el dojo. Mis manos no están preparadas para otra
cosa que no sea el manejo de la espada. Nací para el combate. Cuando no quedó
nadie a quien vencer en mi villa, comencé a visitar los pueblos cercanos en
busca de nuevos contrincantes.
Jamás fue suficiente, tenía que llegar más y más alto a
cualquier precio. Ya ni siquiera recuerdo que era lo que anhelaba conseguir,
que quería alcanzar.
La madera sigue ardiendo mientras las llamas bailan
descontroladas. Entre las llamas la vuelvo a ver, su sonrisa brilla encendiendo
mi corazón. Pero desaparece súbitamente, como otra chispa más.
Tras cambiarme la venda de la pierna y después de horas
luchando contra la fiebre, el sueño viene a por mí. Otra vez el mismo sueño.
De nuevo estoy
arrodillado frente a un grupo de personas que me observan. No puedo ver sus
caras. Intento alzar la vista pero la presión es abrumadora.
Delante de mis
rodillas tengo una espada corta. Una ligera brisa besa la hoja de la espada haciéndola
susurrar mi nombre una y otra vez.
A mi lado un hombre
permanece de pié blandiendo una espada con ambas manos. Inexpresivo e inmóvil
como un centinela de piedra.
Llega el momento que
todos estaban esperando, el acto final. Lentamente separo las ropas que me
cubren el vientre y sin pensármelo dos veces desenvaino la espada. Apoyo la
punta contra mi barriga. Una gota de sangre desciende por mi abdomen poniendo
de manifiesto que la espada ha sido afilada a conciencia.
Cierro los ojos y
agarro el mango con todas mis fuerzas. En la oscuridad de mi cabeza aparece su
imagen. Me mira y sonríe. Pensé que la había olvidado.
Me levanto empapado en sudor en medio del bosque, mi cuerpo
tiembla calado hasta lo más hondo por el frío de la noche. El sol acaba de
salir y sus primeros rayos me empujan de nuevo hacia mi destino.
Me gustaría tener noción sobre cuánto tiempo llevo
caminando. Las piernas están agarrotadas y la fiebre parece que no hace más que
subir. El sol choca contra mi frente provocándome un dolor de cabeza infernal,
mil veces peor que cualquier resaca de sake. Camino con los ojos entrecerrados,
apenas consciente de cómo mi cuerpo cae a cámara lenta contra el suelo. Y no
deja de pensar lo débil que me he vuelto.
.-“Ei, amigo, ¿Cómo te encuentras?”
Son las primeras palabras que oigo en días. Una voz amable y
relajada que me recuerda que el terrible dolor de cabeza ha cesado.
-.”Creo que bien. ¿Dónde estoy?”
.- “Te encontré tirado y delirando por la fiebre en medio
del bosque. Tienes suerte de estar vivo muchacho.”
La voz proviene de un anciano de baja estatura. En su cara hay esculpidas mil
y una arrugas y porta una sonrisa decorada con los pocos dientes que le quedan.
Me incorporo y recorro la habitación con la mirada, mi
instinto busca algo.
.-“Si estás buscando tu espada permíteme que te ahorre el
disgusto. La he tirado. Ya le había llegado la hora después de todo.”
Mi corazón se dispara lleno de rabia.
.-“¿Qué ha hecho qué? No puedo volver allá fuera sin una
maldita espada. Es como si rescatas a una avispa y le arrancas el aguijón.”
.-“No te apresures. Había pensado en darte la mía, de todas
formas yo no tengo fuerza suficiente como para ir por ahí cortando gente. Creo
que a ti te quedará mejor.”
Mis pulsaciones, antes aceleradas, vuelven a la normalidad.
No solo he perdido el honor, sino también el respeto por los mayores.
.-“Discúlpeme. Pero ya sabe lo peligroso que es este mundo
hoy en día.”
El viejo se retira no sin antes obsequiarme con ropa limpia
y una nueva katana enfundada en una vaina de color negro azabache. Se despide
con un gesto modesto y se marcha de la habitación. Puede que lo haya ofendido.
Han pasado ya tres días y me encuentro lo suficientemente
bien como para proseguir. Acabo de terminar el almuerzo cuando el viejo entra
repentinamente cerrando la puerta tras de sí.
.-“Ha llegado la hora de que sigas tu camino.”
Lo dice con una mirada compasiva y llena de compresión. Las
palabras salen apresuradas de su boca, como si tuviesen el tiempo contado.
.-“Deja que te diga algo antes de que te vayas. El hecho de ser
humano nos condena a desviarnos de la senda desde que nacemos. La vida está
llena de almas en pena, de gente perdida que se ahoga en el mar de la
desesperación. Gente que es incapaz de encontrar algo especial por lo que
vivir. Algo más allá de la espada.”
No entiendo porque tiene que decirme todo esto ahora. Este
señor no sabe nada sobre mí. Puedo ver en su cara un profundo arrepentimiento.
Me recuerda mucho a como me sentí en aquel momento. El momento en el que perdí
mi honor.
-“He hecho algo terrible viejo. He tirado mis ideales por la
borda. He destruido lo que tantos años me ha costado cultivar. Pero en el
último momento he encontrado algo por lo que quiero vivir, algo que tengo que
ver antes de abandonar este mundo.
Aunque no sé si merezco vivir para verlo.”
.-“Vive. Haz lo que tengas que hacer, busca aquello por lo
que has decidido permanecer y por nada del mundo dejes que se apague tu luz.”
El viejo abre la puerta y me acerca la espada que me regaló.
Nada más abrirla se coloca delante de mí. Varios ruidos sordos se oyen al otro
lado de la puerta y un hilo de sangre se descuelga por su labio inferior
mientras me susurra sonriente.
.-“Esa chica a la que no paras de llamar en sueños. Estoy
seguro de que merece la pena. Encuéntrala.”
Su cuerpo de desploma y es cuando veo que su espalda ha sido
atravesada por dos flechas.
Salgo de la casa con la espada colgada en la cintura. Afuera
me esperan cuatro hombres armados, dos de ellos cargan con un arco y cogen una
flecha del carcaj en cuando me ven salir de la casa.
.-“Se suponía que aquel buen hombre iba a hacerte salir de
la casa. Esas flechas llevaban tu nombre. Deberíamos añadirlo a tu lista de crímenes.”
Las flechas están de nuevo apoyadas contra la cuerda del
arco. Impacientes por ser disparadas.
.-“Veo que el Shogun ha preferido contratar a ronins para no
tener que ensuciarse las manos, menuda sorpresa.”
.-“Se te acusa por desobedecer las órdenes directas del
Shogun, por el asesinato de tres hombres durante tu acto voluntario de seppuku
y por deserción. Disculpa si no tengo la cortesía de dejarte decir unas últimas
palabras. Después de todo has tirado tu última oportunidad de morir conservando
tu honor.”
El aire mecía las hojas de los árboles, acunándolas como si
fuesen sus hijas. Pero ninguno de los hombres allí presentes se movía lo más
mínimo. Como una pintura viva, parecía que todo iba a explotar en cualquier
momento.
Mi mano, paciente, ha repetido más de un millón de veces el
recorrido que la lleva hacia la empuñadura de la espada. Las flechas me miran,
sedientas de sangre fresca. Los otros dos asaltantes desenfundan las espadas y
se colocan en posición ofensiva.
Cojo aire por la nariz y lo expulso por la boca. Libero mi
mente de cualquier pensamiento, pero antes de dejarla completamente en blanco
vuelvo a pensar en ella una vez más. Pienso en ella y en que no puedo morir
todavía.
Doy dos pasos hacia delante y oigo el chasquido de la cuerda
azotando la pluma de las flechas. Mi técnica de desenvaine y mis reflejos me
permiten interceptar la primera flecha, partiéndola a la mitad, mientras que la
otra apenas me roza el brazo.
Mi primer contrincante se acerca hacia mi alzando la espada, con un movimiento rápido y preciso
me adelanto y lanzo un corte horizontal que recorre la parte inferior de su
tronco de lado a lado. Inspiro mientras giro alrededor de su cadáver, que
todavía no se ha caído al suelo, y agarro su espada corta. La lanzo con todas
mis fuerzas acertando en la cabeza de uno de los arqueros y rápidamente bloqueo
el espadazo que me propina el segundo espadachín.
Intercambiamos golpes durante varios segundos hasta que mis
músculos entran en calor, sin embargo los golpes de mi contrincante empiezan a
ser descuidados y débiles, producto del cansancio.
Desvío un corte lateral lanzando la espada de mi oponente
por los aires y sin dudarlo dos veces empujo mi espada contra su diafragma, en
una estocada en la que pongo todo mi ser.
Parece ser que el otro arquero escapó en medio del
espectáculo.
Me encuentro rodeado por los cuerpos de tres extraños que ya forman parte de
aquellos a los que me he llevado por delante desde que todo esto empezó. No es
momento para flaquear.Tengo la cara empapada en sangre y mi cabeza vuelve a
funcionar otra vez. Guardo la espada en la funda y alzo la cabeza para mirar al cielo. Lleno mis pulmones de aire limpio y le grito
al mundo.
.-“¡No quiero morir!”
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