lunes, 10 de diciembre de 2012

El Camino del samurai: Ella


El entrenamiento con la espada me tenía inmerso en un universo en el que solo estábamos ella y yo. Cada día era una oportunidad para empezar de nuevo, de hacerme un poco más fuerte. El frío, el calor, el cansancio o cualquier otra sensación que pudiese atraer la debilidad, acababa desgarrándose y pereciendo en el filo de mi katana.

A lo largo del día me abstraía en mi propia mente, concentrándome en el fluir de mi cuerpo en la ejecución de cada movimiento y en dejar la mente completamente vacía. Practicaba las técnicas una y otra vez hasta que se quedaban grabadas a fuego en mi subconsciente.

Mi vida era como una montaña gigantesca. Yo escalaba la parte más empinada sin saber lo que me aguardaba al otro lado. Estaba dispuesto a dar todo lo que fuera necesario para descubrirlo.

Recuerdo que fue aquella tarde de invierno, mientras meditaba bajo las estrellas, arropado por el frío procedente del bosque. Esa fue la primera vez que la vi.

Me había estado observando desde el  otro lado del río. Acechándome sin decir una palabra  y la luz que proyectaban sus ojos no tenía nada que envidiarle a las estrellas, se sentía como una lanza atravesándome el pecho.  Se levantó sin decir nada y se marchó.  Algo me decía que la volvería a ver.

Noche tras noche seguí visitando el mismo lugar, y cada noche ella volvía a aparecer. Mirándome desde el otro lado y penetrando en mi cabeza como si supiese absolutamente todo acerca de mí.

Mi espíritu y mis ideales, que habían sido forjados bajo la potestad de una espada firme como la roca, estaban desgastándose y dejándome a merced de la mayor de todas las debilidades: El amor.

El tiempo pasaba demasiado rápido cuando la tenía entre mis abrazos. Mis manos acabaron dejando a un lado la espada para centrarse únicamente en deambular sobre su suave piel.

Era la primera vez que no me preocupaba saber lo que había más allá de la montaña. Estaba bien en aquel lugar que habíamos creado entre los dos. Ella me enseñó  un rincón donde el sol brillaba fuerte a pesar de la densidad de las nubes y donde las noches eran cálidas como la brisa veraniega.

Nunca supe cuando tiempo duró aquel sueño. No había forma de impedir que todo fuese tan fugaz. Y sin poder hacer nada por impedirlo, empezó a medrar un sentimiento que desconocía hasta entonces.

Tenía miedo, miedo de que todo desapareciese súbitamente. Miedo a despertarme una mañana y sentirme solo otra vez. El miedo, aquel ser que había conseguido mantener a raya a través de la espada, ahora campaba a sus anchas dentro de mí.

Pensándolo de esa forma, nunca antes había saboreado el miedo durante el combate. Cuando luchaba contra otra persona todo dependía de mí de principio a fin. Si perdía sería el resultado de mi incompetencia y falta de habilidad. Pero entre luchar contra alguien y luchar por alguien había un enorme abismo.

Llego un punto en el que dependía de una persona que no era yo, me estaba apoyando en alguien que tomaba sus propias decisiones. No podía simplemente hacerla parte de mí, como había hecho con la espada. No quería hacerla parte de mí… Ella era perfecta a su manera, libre. ¿Pero la traería esa libertad de vuelta conmigo eternamente?





Sin poder hacer nada para evitarlo, el día en el que todo se desvaneció llegó. Ella decidió volar lejos, a un lugar donde la gente como yo tenía prohibida la entrada. Y en medio del caos y la destrucción que dejó a su paso, estaba yo. Viviendo en mis carnes una soledad que me mataba lentamente.

El abismo entre luchar contra alguien y luchar por alguien. Ahora lo conocía como la palma de mi mano, allí residía desde que ella se fue. Las ganas de vivir emigraban de mi cuerpo, no encontraba motivos que me impulsasen a seguir hacia delante. La vida pasaba frente a mí y no era capaz de agarrarla y enfrentarla.

Después de una larga época en la que me limité a existir, llegó el momento de seguir avanzando. No podía quedarme en un lugar infestado de recuerdos que me trasladaban de nuevo a aquellos días.

Oxidada y apenas afilada esperaba mi espada exactamente donde la había guardado. La cogí y me alejé del mundo.



Pasé una temporada larga vagando de un lugar para otro, sin parar dos veces en el mismo sitio.  Creando mi propio camino, evitando la muerte pero  ansiándola. Un camino que se alimentaba del odio y la rabia más profunda  y donde solo cabía yo.

La espada se convirtió en la herramienta con la que transmitía mis más oscuros sentimientos. Estaba enfadado con un mundo que te lo da todo y te lo quita sin pestañear. El campo de batalla era el lugar donde iba a vengarme de semejante injusticia. Era mi palacio del desahogo.

He matado a cientos de personas, he visto pueblos devastados por la guerra e incluso campesinos que lo han perdido todo por culpa de la avaricia de los señores feudales. Si algo he aprendido es que el mundo es un lugar oscuro donde no vas a encontrar nada por lo que merezca la pena luchar. No hay nada que me ate a él, y sin embargo, no soy capaz de abandonarlo.

Mientras lucho, siento que no puedo perder, que todavía no voy a morir. Tal vez sea mi castigo, la maldición de aquellos que detestan la vida. O puede que sea un pobre infeliz que se aferra a la vida a base de arrebatársela a sus enemigos. Muchas veces cierro los ojos y puedo verlos a todos ellos mirándome. Lloran, maldicen o me señalan con odio. No puedo sentir pena o lastima por ellos, es la vida que eligieron. Cuando decides entregarte en cuerpo y alma a la espada tienes que tener por seguro que cada minuto puede ser el último. Y yo fui su último minuto.

Al final, en algún punto de mi viaje, acabé olvidándola.  Posiblemente toda la sangre que he derramado en su nombre haya acabado por ahogarla y hundirla en lo más profundo de mi memoria.





Llevo unos cuantos días pudriéndome dentro  de un calabozo en Dios sabe dónde. Recibí ordenes de asaltar una aldea considerada de vital importancia a nivel estratégico. En cuanto llegamos allí caímos de pleno en medio de una emboscada enemiga. Aquello fue una completa masacre, sin saber que hacer reuní a varios de mis compañeros y nos abrimos paso hasta que finalmente conseguimos escapar de aquel infierno.   Aunque hubiese escapado una vez más de la muerte, sabía lo que me esperaba cuando el Shogun se enterase de nuestra retirada.

Dos hombres corpulentos vienen a recogerme a la celda. Me levantan y me llevan a que me dé un baño antes de que se lleve a cabo la ceremonia. El hecho de que el nombre de mi padre sea reconocido en todo Japón va a darme la oportunidad de morir con “honor”. Como si aún me quedase algo de eso después de todo lo que he hecho.

Tienen la cortesía de dejarme a solas con mis pensamientos. Mientras el agua cae sobre mis hombros puedo sentirlos de nuevo. Me miran desde las sombras, parecen satisfechos. Saben que ha llegado la hora de que me reúna con ellos. Hasta aquí he sido capaz de llegar.

Me levanto, me visto y me dirijo a la siguiente sala. Todo está preparado minuciosamente. Bebo un poco de sake antes de empezar a componer mi último poema de despedida. Me quedo petrificado delante del papel. Después de haber estado buscando la muerte tanto tiempo, y no tengo palabras para recibirla. Tampoco hay nada que quiera decirle al mundo que queda detrás, si tuviese que hacerlo lo escribiría con sangre.

La espada está contra mi abdomen y ya es el momento. Cierro los ojos y los veo a todos reunidos de nuevo, las almas de aquellos que murieron para que yo siguiese hacia delante. Entre todos ellos hay alguien que apenas reconozco, desprende un brillo especial. La miro fijamente y de repente todo vuelve a mi cabeza. Es ella.

Me levanto rápidamente y agarro las manos que sujetan la espada del hombre que debía cortar mi cabeza. Hundo la espada corta en su estómago. Uno de los guardias se acerca a mí desenvainando la espada. Despojo al verdugo de la espada y lo empujo contra el guardia que viene espada en mano.

Salgo corriendo de la habitación como un perro asustado, corro sin rumbo alguno. Al doblar la esquina me encuentro con otro guardia y sin pensarlo dos veces lo ensarto por la espalda.

Acabo encontrando la salida de pura casualidad. Estoy a punto de adentrarme en el bosque cuando noto un pinchazo en la pierna. Una flecha me ha alcanzado mientras escapaba. Es entonces cuando veo a un soldado que se aproxima portando una lanza de bambú, probablemente sea un mercenario. Me mira dubitativo, como preguntándose qué demonios hago ahí. Tras dudar unos segundos se abalanza sobre mí.  El dolor en la pierna es insoportable y se me nubla un poco la vista, probablemente como consecuencia de haber perdido una cantidad importante de sangre.
La punta de la lanza se dirige directamente a mi cara, imparable. Mis reflejos actúan con voluntad propia y lo esquivo moviéndome hacia un lado. En ese momento agarro la espada con dos manos y lanzo un corte que despide la cabeza de aquel pobre desafortunado por los aires.

Sigo corriendo hasta que apenas me quedan fuerzas. Estoy en una especie de trance debido a los últimos acontecimientos, respiro largo y calmado hasta que consigo volver a ser yo mismo. Me cuesta creer que la espada que debía asegurarse de mi muerte sea la que he escogido para luchar por mi vida.

No ha llegado el momento de parar. Esto no se acaba aquí. Tengo que encontrarla y saber porqué se termino todo.  Necesito saber cuál fue el motivo que me arrastro a convertirme en lo que soy. Pero sobre todo, tengo que verla una última vez.

martes, 4 de diciembre de 2012

El camino del samurai: Deshonor


No deja de brotar sangre de la herida que tengo asentada en el muslo derecho. Un dolor cálido que me recuerda que todavía sigo vivo.

Me acerco al arroyo y sumerjo la cabeza profundamente. Dentro del agua el mundo sigue siendo un lugar tranquilo y apacible. Bebo tanta agua como mi organismo me permite y disfruto de los pocos segundos de paz que me brinda amablemente la naturaleza.

Me las apaño para encender una pequeña hoguera, lo suficientemente pequeña como para que nadie sepa que estoy aquí. Mis ojos se clavan en el fuego, en las chispas que saltan de un lado a otro sin rumbo, sin dueño. Brillando en una décima de segundo y consumiéndose al instante. Una vida fugaz y ardiente.

En mi mano encuentro la empuñadura de una katana cuya hoja es portadora de sendas cicatrices, fruto de las innumerables batallas que ha presenciado.

Ahora que lo pienso siempre he vivido con una espada en la mano. Mi padre era el maestro de un dojo situado en las afueras de la villa donde nací y crecí. Desde pequeño estuve condenado a cumplir sus aspiraciones, como consecuencia he sido instruido duramente en el camino de la espada.

Cuesta imaginar cómo hubiese sido mi vida al margen del gélido metal de mi katana. Sin todas aquellas tardes batiéndome en duelo con los chicos que frecuentaban el dojo. Mis manos no están preparadas para otra cosa que no sea el manejo de la espada. Nací para el combate. Cuando no quedó nadie a quien vencer en mi villa, comencé a visitar los pueblos cercanos en busca de nuevos contrincantes.
Jamás fue suficiente, tenía que llegar más y más alto a cualquier precio. Ya ni siquiera recuerdo que era lo que anhelaba conseguir, que quería alcanzar.

La madera sigue ardiendo mientras las llamas bailan descontroladas. Entre las llamas la vuelvo a ver, su sonrisa brilla encendiendo mi corazón. Pero desaparece súbitamente, como otra chispa más.

Tras cambiarme la venda de la pierna y después de horas luchando contra la fiebre, el sueño viene a por mí. Otra vez el mismo sueño.



De nuevo estoy arrodillado frente a un grupo de personas que me observan. No puedo ver sus caras. Intento alzar la vista pero la presión es abrumadora.

Delante de mis rodillas tengo una espada corta. Una ligera brisa besa la hoja de la espada haciéndola susurrar mi nombre una y otra vez.

A mi lado un hombre permanece de pié blandiendo una espada con ambas manos. Inexpresivo e inmóvil como un centinela de piedra.

Llega el momento que todos estaban esperando, el acto final. Lentamente separo las ropas que me cubren el vientre y sin pensármelo dos veces desenvaino la espada. Apoyo la punta contra mi barriga. Una gota de sangre desciende por mi abdomen poniendo de manifiesto que la espada ha sido afilada a conciencia.

Cierro los ojos y agarro el mango con todas mis fuerzas. En la oscuridad de mi cabeza aparece su imagen. Me mira y sonríe. Pensé que la había olvidado.




Me levanto empapado en sudor en medio del bosque, mi cuerpo tiembla calado hasta lo más hondo por el frío de la noche. El sol acaba de salir y sus primeros rayos me empujan de nuevo hacia mi destino.

Me gustaría tener noción sobre cuánto tiempo llevo caminando. Las piernas están agarrotadas y la fiebre parece que no hace más que subir. El sol choca contra mi frente provocándome un dolor de cabeza infernal, mil veces peor que cualquier resaca de sake. Camino con los ojos entrecerrados, apenas consciente de cómo mi cuerpo cae a cámara lenta contra el suelo. Y no deja de pensar lo débil que me he vuelto.


.-“Ei, amigo, ¿Cómo te encuentras?”

Son las primeras palabras que oigo en días. Una voz amable y relajada que me recuerda que el terrible dolor de cabeza ha cesado.

-.”Creo que bien. ¿Dónde estoy?”

.- “Te encontré tirado y delirando por la fiebre en medio del bosque. Tienes suerte de estar vivo muchacho.”

La voz proviene de un anciano de  baja estatura. En su cara hay esculpidas mil y una arrugas y porta una sonrisa decorada con los pocos dientes que le quedan.

Me incorporo y recorro la habitación con la mirada, mi instinto busca algo.

.-“Si estás buscando tu espada permíteme que te ahorre el disgusto. La he tirado. Ya le había llegado la hora después de todo.”

Mi corazón se dispara lleno de rabia.

.-“¿Qué ha hecho qué? No puedo volver allá fuera sin una maldita espada. Es como si rescatas a una avispa y le arrancas el aguijón.”

.-“No te apresures. Había pensado en darte la mía, de todas formas yo no tengo fuerza suficiente como para ir por ahí cortando gente. Creo que a ti te quedará mejor.”

Mis pulsaciones, antes aceleradas, vuelven a la normalidad. No solo he perdido el honor, sino también el respeto por los mayores.

.-“Discúlpeme. Pero ya sabe lo peligroso que es este mundo hoy en día.”

El viejo se retira no sin antes obsequiarme con ropa limpia y una nueva katana enfundada en una vaina de color negro azabache. Se despide con un gesto modesto y se marcha de la habitación. Puede que lo haya ofendido.

Han pasado ya tres días y me encuentro lo suficientemente bien como para proseguir. Acabo de terminar el almuerzo cuando el viejo entra repentinamente cerrando la puerta tras de sí.

.-“Ha llegado la hora de que sigas tu camino.”

Lo dice con una mirada compasiva y llena de compresión. Las palabras salen apresuradas de su boca, como si tuviesen el tiempo contado.

.-“Deja que te diga algo antes de que te vayas. El hecho de ser humano nos condena a desviarnos de la senda desde que nacemos. La vida está llena de almas en pena, de gente perdida que se ahoga en el mar de la desesperación. Gente que es incapaz de encontrar algo especial por lo que vivir. Algo más allá de la espada.”

No entiendo porque tiene que decirme todo esto ahora. Este señor no sabe nada sobre mí. Puedo ver en su cara un profundo arrepentimiento. Me recuerda mucho a como me sentí en aquel momento. El momento en el que perdí mi honor.

-“He hecho algo terrible viejo. He tirado mis ideales por la borda. He destruido lo que tantos años me ha costado cultivar. Pero en el último momento he encontrado algo por lo que quiero vivir, algo que tengo que ver antes  de abandonar este mundo. Aunque no sé si merezco vivir para verlo.”

.-“Vive. Haz lo que tengas que hacer, busca aquello por lo que has decidido permanecer y por nada del mundo dejes que se apague tu luz.”

El viejo abre la puerta y me acerca la espada que me regaló. Nada más abrirla se coloca delante de mí. Varios ruidos sordos se oyen al otro lado de la puerta y un hilo de sangre se descuelga por su labio inferior mientras me susurra sonriente.

.-“Esa chica a la que no paras de llamar en sueños. Estoy seguro de que merece la pena. Encuéntrala.”


Su cuerpo de desploma y es cuando veo que su espalda ha sido atravesada por dos flechas.

Salgo de la casa con la espada colgada en la cintura. Afuera me esperan cuatro hombres armados, dos de ellos cargan con un arco y cogen una flecha del carcaj en cuando me ven salir de la casa.

.-“Se suponía que aquel buen hombre iba a hacerte salir de la casa. Esas flechas llevaban tu nombre. Deberíamos añadirlo a tu lista de crímenes.”

Las flechas están de nuevo apoyadas contra la cuerda del arco. Impacientes por ser disparadas.

.-“Veo que el Shogun ha preferido contratar a ronins para no tener que ensuciarse las manos, menuda sorpresa.”

.-“Se te acusa por desobedecer las órdenes directas del Shogun, por el asesinato de tres hombres durante tu acto voluntario de seppuku y por deserción. Disculpa si no tengo la cortesía de dejarte decir unas últimas palabras. Después de todo has tirado tu última oportunidad de morir conservando tu honor.”

El aire mecía las hojas de los árboles, acunándolas como si fuesen sus hijas. Pero ninguno de los hombres allí presentes se movía lo más mínimo. Como una pintura viva, parecía que todo iba a explotar en cualquier momento.

Mi mano, paciente, ha repetido más de un millón de veces el recorrido que la lleva hacia la empuñadura de la espada. Las flechas me miran, sedientas de sangre fresca. Los otros dos asaltantes desenfundan las espadas y se colocan en posición ofensiva.

Cojo aire por la nariz y lo expulso por la boca. Libero mi mente de cualquier pensamiento, pero antes de dejarla completamente en blanco vuelvo a pensar en ella una vez más. Pienso en ella y en que no puedo morir todavía.

Doy dos pasos hacia delante y oigo el chasquido de la cuerda azotando la pluma de las flechas. Mi técnica de desenvaine y mis reflejos me permiten interceptar la primera flecha, partiéndola a la mitad, mientras que la otra apenas me roza el brazo.

Mi primer contrincante se acerca hacia mi alzando  la espada, con un movimiento rápido y preciso me adelanto y lanzo un corte horizontal que recorre la parte inferior de su tronco de lado a lado. Inspiro mientras giro alrededor de su cadáver, que todavía no se ha caído al suelo, y agarro su espada corta. La lanzo con todas mis fuerzas acertando en la cabeza de uno de los arqueros y rápidamente bloqueo el espadazo que me propina el segundo espadachín.

Intercambiamos golpes durante varios segundos hasta que mis músculos entran en calor, sin embargo los golpes de mi contrincante empiezan a ser descuidados y débiles, producto del cansancio.

Desvío un corte lateral lanzando la espada de mi oponente por los aires y sin dudarlo dos veces empujo mi espada contra su diafragma, en una estocada en la que pongo todo mi ser.

Parece ser que el otro arquero escapó en medio del espectáculo.

Me encuentro rodeado por los cuerpos de tres extraños que ya forman parte de aquellos a los que me he llevado por delante desde que todo esto empezó. No es momento para flaquear.Tengo la cara empapada en sangre y mi cabeza vuelve a funcionar otra vez. Guardo la espada en la funda  y alzo la cabeza para mirar al cielo.  Lleno mis pulmones de aire limpio y le grito al mundo.


.-“¡No quiero morir!”

martes, 27 de noviembre de 2012

La Reunión


Han pasado aproximadamente cuatro horas desde que los últimos rayos de sol se marchitaron. La ciudad vuelve a pertenecer a las sombras y cada miembro de la comunidad camina a ciegas; un baile enfermizo con un funcionamiento exacto que no da lugar a improvisación de ningún tipo.

La luz artificial transforma las siluetas a su antojo y recorre las calles como sangre a través de venas de asfalto.

Bajo esta luz se reúnen una vez más los tres sujetos de siempre. Una vez a la semana coinciden en este lugar dejado de la mano de Dios. Conversan, ríen, lloran, pelean o simplemente dejan reposar la mirada en el horizonte más oscuro de la faz de la Tierra.

En medio de ellos yace un recipiente cristalino repleto de líquido. Un líquido tan brillante que mirarlo fijamente podría provocar daños irreparables en la vista.

Se reparten vasos y uno a uno los van llenando, siempre alejando la vista del contenido. Llevan años dejándolo correr por su garganta sin el valor suficiente como para pararse a observar qué es lo que reside en el interior de la botella.

La noche avanza descontroladamente sin respetar el calmado paso del tiempo, impaciente por conocer a donde van a llegar hoy sus tres desconocidos favoritos.

Tras varios vasos, y después de un silencio omnipresente, comienzan a mirarse los unos a los otros.  Parece que fue hace una eternidad cuando se vieron por primera vez. “Sueño”, “Realidad” y “Miedo” despiertan por fin. Conscientes de su existencia y con ello una incesante  catarata de incontenibles pensamientos.

Todos tienen la necesidad de ponerse a vomitar palabras, de escupir toda la tensión, rabia, ideas y temores que llevan acumulando desde su anterior reunión. El caos reside en cada uno de ellos, pero un inexplicable orden instintivo los hace fluir de manera organizada, impidiendo que todos exploten a la vez.


R.- “Otra vez más, como siempre. Supongo que me alegro de veros.
S.- “¿Supones? Habrá un futuro en el que no tendrás que volvernos a ver, y supongo que te arrepentirás de lo que dices viejo amigo.”
M.-“

El inicio de la conversación es frío y carente de emoción, como de costumbre.  Después de un largo rato hablando sobre nada y todo a la vez, las emociones empiezan a poseer a sus usuarios. Y comienza la verdadera reunión.


S.-“Yo sigo sin ser capaz de conformarme con todo esto. ¿Cuánto más tengo que seguir fingiendo? Vivo en una maldita sociedad en la que nada me interesa lo más mínimo. Me niego a creer que sea el único.”
R.- “Siempre tienes opciones. Puedes marcharte, puedes quedarte e intentar cambiar lo que se te ha dado, o puedes marcharte todavía más lejos. Allá donde los vivos no puedan encontrarte.”
S.- “No es cuestión de irse o quedarse. Se trata de lo que vive en mi interior. Yo sé que hay una solución, quiero creer que hay una solución.”
R.- “¿Quieres creer? ¿Piensas que hay algo más aparte de todo esto? Qué pasa si te digo que el mundo ya te ha enseñado todo lo que tenías que ver. No hay nuevas experiencias o sensaciones, es hora de que te adaptes. Deja de soñar con sentimientos y mundos que no son más reales que las hadas o la magia.”
S.- “No esperaba que me entendieras, después de todo eres uno más de ellos.
R.- “¿Uno más de quién? No te das cuenta de que no hay nadie más. Todos somos uno. La gente especial es especial porque el resto le hemos dado esa categoría. Incluso tus estúpidas aspiraciones no son más que una droga inventada por la humanidad para que sigas aquí con nosotros, para que vueles dentro de la jaula.”
M.- “¿Por qué tenéis que darle tantas vueltas? No tiene sentido arriesgarse a volar cuando vivir pegado al suelo es la mejor forma de evitar caerse. Aunque haya que vivir arrodillado o tumbado, pero al menos a salvo de un infortuito golpe contra el suelo.”
S.- “¿Es así como quieres vivir, Miedo? ¿Tan pegado al suelo que ni siquiera puedes ver las piedras que se interponen ante ti? Todo nuestro entorno nos guía por el camino por el que debemos adentrarnos. El comportamiento de la gente, el funcionamiento de las relaciones sociales… todo son pistas que nos dan una ligera pero contundente idea de por donde tenemos que llevar nuestros pasos. Yo no quiero pasarme la vida caminando sobre barro pisado.”
R.- “Todo lo que dices lo basas en una pobre suposición, pero ¿Qué harás el día de mañana? Cuando seas viejo y apenas quede vida en ti y repentinamente te des cuenta de que no había nada. Que en un intento de ser distinto y alejarte del rebaño te acabaste convirtiendo en uno más.”
M.- “Yo estoy bien siendo uno más
R.- “Escúchame Sueño, he conocido a miles como tú, y al final todos los acaban comprendiendo. Esta partida ya está jugada antes de empezar. Tú vida ya ha sido decidida, tanto si ganas como si pierdes. Eres tan solo otra ficha.”
M.-“Si ya está todo decidido entonces lo mejor es tomárselo con filosofía. Disfruta cuando puedas disfrutar y haz lo posible por cumplir con el propósito que te ha sido encomendado. Fin.
S.- “Habláis de los seres humanos  como si de hormigas se tratase. Eso a lo que tú llamas propósito otros lo han llamado religión. Otra de las formas que tiene el hombre para limitarse a sí mismo, para guiar al resto por el buen camino. La manera de poder morir tranquilos, pensando que da igual si hemos malgastado nuestras vidas, porque tenemos la oportunidad de alcanzar un nuevo lugar donde no hay sitio para la preocupación.”
R.- “Bonita forma de consolidarte como el jefe supremo del ateísmo.”
S.- “Di lo que quieras. Nada de eso tiene cabida en alguien como yo. Yo creo en el amor verdadero, en la posibilidad de forjar nuestro propio destino… En llegar a viejo y haber reído y llorado de verdad, y no porque se supone que lo tenga que hacer. La religión te habla de un paraíso, pero ¿Por qué nadie se preocupa en crear ese paraíso aquí mismo? ¿Por qué la gente presume de libertad bajo un cielo donde las estrellas nos miran como a inferiores? ¿Por qué no ir más allá, dónde nadie ha tenido agallas para llegar?
M.- “Aquí estamos seguros. Y si haces lo que tienes que hacer hay muchas probabilidades de que todo vaya bien. Por eso.”
R.- “Si tanto te preocupa ese asunto ¿qué haces aquí de nuevo Sueño? No es a nosotros a quien tienes que convencer. Si quieres volar, vuela.”
S.- “Lo haré, eso lo puedes tener claro. Es solo que todavía no estoy preparado…


La botella está vacía. No queda aire en sus pulmones con los que propulsar las palabras. Sus mentes se bloquean y retornan a su viaje solitario. Tres sujetos se desvanecen y vuelven a sus respectivos palacios sin la certeza de si volverán a encontrarse alguna vez.

miércoles, 21 de noviembre de 2012

The life beyond the screen


Todavía recuerdo aquellos días en los que pasaba desapercibida como una sombra tragada por la oscuridad. Tardes de recreo sin más compañía que la de un bocadillo de jamón y queso; siempre acechada por miles de miradas que oscilaban entre el desprecio y el pasotismo más absoluto.

Nunca destaqué en nada. Un humano más entre millones, sin ninguna meta o cualidad que me diferenciase de los demás. Me sentía arrastrada por un conformismo devastador que me devoraba desde dentro y cada día me iba ahogando más y más en la espiral de la dejadez.

Fueron tiempos oscuros. No llegaba ni un mísero rayo de luz a mi pequeño rincón y ante mí se presentaba una vida anónima y carente de valor.

No tiene sentido torturarme a mí misma dándole coba a todos esos recuerdos que no dejan otra cosa que mal sabor de boca. La luz acabó llegando e inundo cada recoveco de mi existencia. Por fin era alguien.

Esto sucedió hará tres años, cuando mis padres decidieron modernizarse y en un momento de iluminación contrataron una tarifa de internet.

Yo nunca había sido muy familiar. Prefería pasar el tiempo en mi habitación, a solas con mis libros, videojuegos… y haciendo la única cosa que se me da bien: Darle vueltas a la cabeza.
La llegada del internet fue un factor clave en el proceso de mi aislamiento. No tardé en aprender a usarlo y descubrí el fascinante mundo que latía al otro lado del ordenador.

En cuestión de días mis padres se dieron por vencidos y desistieron en su intento por formar parte del siglo XXI. En el momento en que lo dejaron, todos sus esfuerzos se focalizaron en hacerme pasar menos tiempo en mi habitación y más tiempo con ellos. Tras fallar repetidas vidas perdieron la esperanza y dejaron que el río siguiese su curso. Es curioso que nunca contemplasen el hecho de quitar internet , seguían pagándolo un mes sí y otro también…
Internet me cautivo ofreciéndome un sinfín de respuestas y el doble de preguntas. Ahora tenía un lugar donde iba a ser escuchada, un sitio donde podía convertirme en todo lo contrario a lo que había sido durante los últimos 16 años.

Las redes sociales no tardaron en plagar mi pantalla con cientos de amigos y seguidores de todas partes del mundo. Gente que de una forma u otra habían llegado hasta mi perfil y querían conocerme. Puedo estar escuchando música y hacer que todos mis amigos sepan exactamente lo que estoy oyendo, descubrir si comparto los mismo gustos que el resto de gente de la red e incluso conocer a que se dedica aquel chico tan atractivo que nunca conoceré.
Mi vida, antes vacía, ha dado un giro de 180 grados. Al fin soy alguien.
Cada segundo alejada de esta dimensión es insoportable. Aquí me siento querida, me da fuerzas para seguir adelante.




La semana pasada conocí a un chico a través de una página de música. Desde entonces hemos estado hablando sin parar, es increíble.
Le cuento mis problemas en casa, mis discusiones con mis padres, las ganas que tengo de irme a vivir por mi cuenta… No para de decirme lo especial que soy y que no puede esperar a conocerme en persona. Se muere por cogerme de la mano y poder mirarme a los ojos directamente, verme tal y como soy.
Quedamos hace cuatro horas en el parque de al lado de mi antiguo colegio. No he sido capaz de ir a verle.  Tengo miedo de que me vea como la persona que fui cuatro años atrás.
No hemos vuelto a hablar, ha desaparecido completamente de mi mundo.  Estoy triste y pongo una canción en mi muro de Facebook que transmita como me siento. Actualizo mi estado de twitter diciéndole a todo el mundo que me voy a dormir.


Más de veinte retweets y unos cincuenta “me gusta”, y por primera vez, en este mundo perfecto, me siento absolutamente sola.

¿En quién me he convertido?

lunes, 12 de noviembre de 2012

El mejor amigo del hombre


Tuvo que probar varias veces hasta que logró atinar y meter por fin la llave en la cerradura. Alargó el brazo y alcanzó el pomo de la puerta con la mano; Lo giró con cuidado pero  eso no fue suficiente para impedir que un dolor punzante lo sacudiese de arriba abajo.
Al otro lado la puerta se podían oír unos pasos familiares acompañados de una respiración agitada que denotaba ansiedad y exaltación. La mano fue automáticamente al bolsillo y extrajo una cajetilla de tabaco.
Freddy se acomodó en el porche de su casa fumándose un pitillo a la luz de la media luna, dándose un respiro antes de volver a intentar entrar. Al acercarse el cigarro a la boca no pudo evitar fijarse en la sangre que bañaba sus nudillos. Desprendía un olor cálido y fuerte al que estaba más que acostumbrado. La esencia de la sangre no era otra que su propia esencia.
Los sonidos provenientes de la puerta hicieron a Freddy apresurarse y finalmente allí estaba de nuevo, mano a mano con ella. Esta vez la llave se deslizó y dió en el blanco a la primera. Tragó saliva y esta vez decidió abrirla empujándola lentamente con la punta del pié.
Nada más entrar y sin previo aviso una sombra enorme y peluda se abalanzó contra él haciendo que perdiese el equilibrio y algo comenzó a lamerle la cara.
-“Ei, ei, calma chico. Si sigues recibiéndome así voy a estar vomitando pelo y babas hasta Navidad”
Freddy logró quitarse a Bobo de encima y le acarició detrás de las orejas para que se calmase un poco. Mientras lo hacía, todas las cosas que habían ocurrido aquella tarde empezaron a bailar en su cabeza. La mirada aterrada de aquella mujer, sus puños impactando una y otra vez sobre la cara de aquel tipo…
Tardó unos minutos en recomponerse y en cuanto recuperó el control se dirigió directamente a la cocina. Bobo en seguida lo acompañó, silencioso y agitando el rabo efusivamente.
Era ridículo ver a un Rottweiler comportarse de una manera tan amigable y social. Una raza tan fuerte y agresiva. Freddy no alcanzaba a comprender por qué él seguía recibiéndolo día tras día como si quisiera hacerle sentir la persona más importante y honrada de la Tierra.
Abrió la nevera y cogió una cerveza fría acompañada de un paquete de salchichas precocinadas. Encendió la radio y se sentó en el sofá para disfrutar de su merecida cena.
La cerveza no dio mucho juego y Bobo acabó ingiriendo la mayor parte de las salchichas, es por eso que Freddy considero oportuno dar paso al postre. Como cada noche se acercó al minibar y agarró la botella de whisky junto con un vaso lo suficientemente grande como para ahogar todas y cada una de sus penas.
Bobo se sentó delante de él, sacando la lengua y con una mirada que pedía a gritos que lo acariciaran de nuevo. Freddy posó su mano en su hocico a la vez que utilizaba la que le quedaba libre para sostener el vaso.
El tacto sobre la piel del animal se sentía relajadamente cómodo, igual que cuando vas a la playa y sumerges las manos en la arena caliente. Eso lo hacía sentirse bien, tanto a él como al perro. Solo así lograba evadirse del mundo que le rodeaba, aunque solo fuese durante un breve espacio de tiempo.
A medida que pasaba la noche el whisky comenzó a reclutar a todos aquellos pensamientos que Freddy mantenía apartados en lo más profundo y oscuro de su cabeza.
-“¿Cómo he acabado aquí Bobo?” masculló mientras rebuscaba en el interior de su chaqueta.
Bobo restregó el hocico contra su rodilla, mendigando una caricia.
-“Tú nunca te cansas, ¿Verdad?” dijo sacando la 9mm de la funda y apoyándola cuidadosamente en el reposabrazos.
-“No es mi culpa Bobo, una cosa llevó a la otra y ahora estoy donde estoy. Donde tengo que estar. Si no lo hiciese yo… ¿Quién lo iba a hacer entonces?"
Llenó el vaso una vez más y volvió a posar su mano sobre la cabeza del perro.


Los recuerdos eran cada vez más fuertes e insoportables. Viendo pasar su pasado por delante y siendo él su único juez, las lágrimas no tardaron en bañar los ojos de Fred. Como por instinto Bobo se incorporó y apoyó sus patas delanteras sobre las rodillas de su amo, ofreciéndole consuelo.
Fredd rompió a llorar mientras abrazaba a su único amigo que no paraba de aullar y lamerle las lagrimas que se precipitaban por su mejilla.
-“Claro que eres un buen chico, por supuesto que lo eres”
Se levantó y volvió a guardar la pistola. Llenó de comida el plato de Bobo y luchando por no chocar contra las paredes del pasillo se dirigió hacia su habitación. Antes de llegar a la puerta frenó en seco, dió media vuelta y dijo: “Gracias”
Entró en el cuarto y cerró la puerta tras de sí.

El vecindario se despertó en medio de la noche con el estruendo de un disparo seguido de un aullido ensordecedor.

lunes, 5 de noviembre de 2012

El príncipe de las tinieblas



Y me he dado cuenta de que me he perdido a lo largo del camino.

1.-Solo queda tinta, escribiría con lágrimas pero uno siempre se promete no volver a derramarlas. Parece que llevo todo este tiempo en coma, dormitando y refugiado en la más densa y asfixiante oscuridad hasta ahora. Por fin despierto.
2.-Abro los ojos y lo primero que veo es tu espalda, tu espalda bañada por tu pelo que la recorre como una catarata dorada. Tal vez no sea oro puro, puede que no sea nada realmente, pero para mí es lo más valioso del universo.
3.-Sin poder evitarlo mi mano comienza a bailar sobre tu costado, los dedos cobran vida propia y danzan libres sobre tu piel sin más intención que la de sentirse vivos de nuevo al tocarte. Me gusta sentir nuestros cuerpos en contacto. Existe la posibilidad de que nunca te des la vuelta y de que tu espalda sea el único lado digno de ver para mí. Eso hace que cada una de mis células quiera más.
4.-Te hablo del mundo que se esconde tras tus párpados y de las ganas que tengo de pasar allí el resto de mis días. Te cuento mis planes y mis miedos pero me ahogo cuando intento decirte que quiero hacerte partícipe de todo eso. Quiero que seamos uno y que no haya nada más. No hay un tú y un yo, tampoco un contigo, pienso en la posesión como forma de hacerte sentir como yo me siento.
5.-El sol se esconde de nuevo, me siento egoísta; quiero recibir lo que doy, que me paguen con la misma moneda, añoro  el nunca experimentado intercambio equivalente.
6.-Sin quererlo sigues creciendo y te vuelves enorme, es inevitable que destruyas mi mundo. Ya no queda cielo al que mirar ni tierra firme en donde tumbarse a ver pasar el tiempo. Ahora reina el caos y la luz ha sido desterrada definitivamente.
7.-Cabalgo a lomos de la oscuridad, con la maldición de guardar cada pequeño detalle, cada sonrisa que fuiste capaz de regalarme. Todo eso sigue campando a sus anchas dentro de mí. Un dolor sordo que vuelve una y otra vez acompañado de recuerdos, llenando de vida un cascarón que ha muerto mil veces.
8.-La mirada perdida en la nada, floto sin rumbo alguno. Soy consciente de que hubo un tiempo en el que todo fue casi perfecto y en el que incluso llegué a pensar que lo había encontrado.
9.- ¿Qué estaba buscando?

El parque de la esperanza


Este es un relato que fue publicado en La Voz de Galicia en el mes de agosto para el concurso "Relatos de Verán". Aquí os dejo la versión ampliada del mismo.



Sale el sol y el mundo vuelve a funcionar. Mis pasos me traen de nuevo hacia este banco que me acoge cada mañana y me da la dosis de aire puro que me ayuda a seguir viviendo.
Aquí fuera los niños vuelven a conquistar los parques  como si el tiempo se hubiese parado. Suyo es el poder de mirar despreocupadamente al futuro, soltar de la mano al pasado y fundirse con el presente como sí de un solo ente se tratase.
Noto un ligero cosquilleo en las manos, esas manos que siguen sufriendo las consecuencias de mi infancia. Y es que nuestra generación creció contaminada por la peor de las enfermedades que ha sufrido la humanidad: La tecnología.
Envidio esta nueva era en la que los jóvenes  vuelven a dar rienda suelta a la imaginación. Capaces de crear nuevos mundos dentro del ya existente, y haciéndonos parecer unos completos ignorantes al lado de la incertidumbre y la magia de esa inocencia innata que los caracteriza.
Yo aún tenía 17 años cuando la gente mayor ya estaba hablando del fin del mundo y del apocalipsis. Augurios de una sociedad que ya llevaba muerta largo tiempo. En esa sociedad donde la información lo es todo, no hay peor enemigo que la fusión entre conformismo y sedentarismo, una bola de nieve atrapada entre dos cuestas que no para de crecer y decrecer llevando  todo a ninguna parte.
Me gustaría saber quien fue la primera persona en dar el salto, aquel que decidió que ya era suficiente y tuvo las agallas de dar un paso atrás. “Un gran paso atrás para seguir avanzando”. Seguramente aquel individuo no era consciente de que estaba dándole al planeta el empujón que necesitaba. En eso reside el propio cambio, y solo un movimiento desinteresado y libre podría haber traído consigo esta nueva oportunidad para ser felices.
Se acerca el mediodía y los chavales vuelan a sus casas para reponer fuerzas y poder seguir soñando durante la tarde. Creamos en ellos juntos, por el bien del planeta y sobre todo por el bien del ser humano, es hora de poner todas nuestras esperanzas sobre sus pequeños hombros, hombros que algún día soportaran el peso de toda la humanidad.

lunes, 29 de octubre de 2012

Welcome to my shit


 Por fin puedo reunirme con el resto de seres que pululan por la calle principal y ser parte del todo, a veces simplemente cierro los ojos y espero hasta que mi sentido de mente colmena me diga que he llegado a mi puesto de trabajo. Es entonces cuando la sangre vuelve a fluir por mis venas y vuelvo a tener el control de mi propio cuerpo. Eso es a veces, otras veces simplemente me dedico a caminar lo más rápido posible y predecir los movimientos de los viandantes para llevar a cabo una caminata más fluida. Eso está bien hasta que un viejo se pone delante de ti, eso rompe todos los esquemas. Ni el más entrenado jedi puede predecir la manera de actuar de una persona que ha pasado el marco de la tercera edad, digamos que son como una ruleta rusa andante, tan pronto puede girar a la izquierda como mearse encima, son un jodido bloqueo para mi sentido arácnido.
Aquí me hayo, en frente de la puerta del lugar donde trabajo. ¿Qué donde trabajo?, el donde no importa, es otra de esas empresas que se rompe el culo para ganar dinero sin importar que, sin importar quien mejor dicho. Tú simplemente sonríe y deja que los clientes hagan lo que les venga en gana, ni se te ocurra hablarles mal porque ellos son los que levantan esta empresa, los sagrados clientes.
 Me siento como un imbécil cuando pienso que lo que realmente importa es la persona en sí y no el dinero, quiero decir que si yo tuviese una tienda de ropa por ejemplo, no consentiría que los clientes se comportasen como soplapollas y que tratasen a los empleados como basura, aunque eso implicase ganar menos dinero. Pero claro, ¿quién soy yo para cuestionar al capitalismo? El sistema funciona y eso es lo que realmente cuenta, lo que yo diga o piense me lo guardo para la ducha, donde puedo crear el mundo a mi imagen y semejanza.
Lo primero que veo al entrar es a uno de mis managers que me recibe con una enorme sonrisa en la que no puede caber más falsedad. Es el típico hombre gay, delgado y que viste como un subnormal, bueno lo de que viste como un subnormal lo digo subjetivamente porque no lo aguanto. El hecho de que sea gay no me preocupa en absoluto, no tengo nada contra la homosexualidad y ahora mismo estoy delante del tipo que más derecho tiene a ser gay del mundo, digamos que ese cabrón nació para dar por el culo. Lo saludo sin más, me da igual si se nota que quiero partirle la cara de todas las formas posibles, aprender cada jodida arte marcial existente en el planeta y a continuación demostrar mis conocimientos en su cara.
Alguna vez he pensado que todo mi odio hacia los managers es cosa mía, pero he tenido oportunidad de corroborarlo con mis compañeros y parece que todos estamos de acuerdo en ello. Estoy casi seguro de que para ser manager es necesario pasar una prueba de sangre y sufrimiento. Yo me imagino a todos los candidatos a manager en un avión y siendo soltados en paracaídas en una isla desierta, sí, estoy hablando de un puto Battle Royal en toda regla donde el puesto será para el único que quede con vida. Eso explicaría muchas cosas y ninguna a la vez. He oído historias de managers decentes y bondadosos, alabados como a dioses antiguos pero nunca conocidos por nadie. Yo creo que esas historias las crean los propios managers para no matar toda nuestra esperanza, para que todavía tengamos algún motivo por el que seguir viviendo en esta senda.
Cojo aire y sigo mi camino, soy un samurái joder, un manager no puede competir contra mi temple, mi concentración, mi capacidad de sobrevivir en condiciones extremas… Cosas que aprendes siendo un universitario vamos, cuando pasas los meses a base de arroz y pasta y soportando más resacas que Paquirrín, es la vida que elegí.

lunes, 22 de octubre de 2012

Subway Time


Da igual si llego tarde o pronto, siempre bajo las escaleras mecánicas del metro a toda prisa. Hace poco casi me dejo los dientes al final del tramo y aún así soy incapaz de relegarme y entregarme a la seguridad y confort de esperar en el peldaño, soy un maldito aventurero. Una vez me encuentro en el andén doy rienda suelta a uno de mi superpoderes de ser humano normal y corriente y espero pacientemente a que la puerta del metro cuadre justo en mis narices, elijo un asiento desde fuera y espero a que ese gusano metálico defeque a toda la gente que necesite defecar.
Lo más entrañable y triste del metro es que es responsable de mis amores más fugaces, amores express los suelo llamar, te sientas y esperas a que la mujer de tu vida entre en el vagón y a continuación cuentas los segundos hasta que la pierdas de vista para siempre. Yo que sé, a lo mejor soy un ninfomano del amor pero esto me ha pasado cientos y cientos de veces, también tengo mis influencias ojo, que desde pequeño tengo serios problemas para controlar mis sentimientos hacia el género femenino. Recuerdo allá en la ESO cuando escribía canciones a la mujer que de aquellas me gustaba… todavía conservo alguno a día de hoy y esa mierda tiene la habilidad de hacerme sentir como un gilipollas cuando la leo. Menos mal que soy lo suficiente maduro para darme cuenta de que la mujer a la que amaba en la ESO era una zorra, como todas las mujeres del planeta, pero eso es una teoría que explicaré más adelante.
Sentado en el metro una de las mujeres de mi vida se sienta ante mí y yo presupongo que me echa una mirada, no me lo quiero creer pero joder esa tía me ha mirado. Yo se la devuelvo, se la devuelvo como diez veces más para que vea que me he enterado de que se interesa por mí y es aquí cuando pasamos la línea del amor a primera vista al pervertido del subsuelo. En fin, veo como la madre de mis hijos no nacidos se baja y vuelvo a centrarme en lo mío, vuelvo a darme cuenta de que estoy solo y de que voy en camino del infierno, mi amado trabajo. Mientras tanto siento como miles de miradas se clavan en mí esperando a que me levante para cederle gentilmente el asiento a esa entrañable señora que se acaba de subir, pero yo tengo mis propios principios y mi honor como samurái, por el cual nunca he sido participe de dejarle mi asiento a la gente de la tercera edad; más que nada porque yo siempre intento ponerme en el lugar de los demás. Si yo fuese un viejuno me jodería que un chaval me ofreciese su asiento en el metro, vamos, es que eso sería como si me estuviese llamando viejo de mierda inútil a la cara. Por eso prefiero respetarlos como personas y dejar que demuestren que todavía tienen fuerzas para aguantar un viaje en metro de pie, cien puntos para mi karma.
Cabeceo cada cierto tiempo, tampoco mucho no vaya a ser que se vuelva a subir otro ángel.
Es hora de bajarme, por fin. Me veo arrastrado por la corriente de gente y me siento como una hez recién expulsada, pero el proceso es tan ridículo y aparatoso que yo diría que soy de esas mierdas blandas y que crean el caos a su paso, si la boca del metro fuese un ojete metálico diríamos que tendría que limpiarse con papel hasta hacerse sangre.

miércoles, 17 de octubre de 2012

De buena mañana



Esto es un fragmento de una serie de testimonios que estoy escribiendo, podéis observar que el protagonista no es un tipo muy común, o simplemente es demasiado común. Cualquier parecido con vuestro día a día es pura casualidad. Here we go:


Ahora mismo me encuentro en cualquier lugar, a cualquier hora y rodeado de gente que me resulta familiar pero que nunca he visto en mi vida. Tanta confusión no es suficiente para hacerme olvidar lo que he venido a buscar, a quien he venido a buscar. Todo es variable y aleatorio a mi alrededor, todo menos ella. Me deslizo entre el gentío con el sigilo del ninja  y busco en cada rincón de este inmenso escenario, sigo teniendo la sensación de que ya he estado aquí antes.
La historia se repite una y otra vez y sigo sin ser capaz de tenerlo todo bajo control, una y otra vez vuelvo al mismo sitio y empiezo de nuevo, perdido en este laberinto que se reconstruye a cada paso. Al cabo de las horas siento que me estoy acercando, puedo verla, puedo olerla y diría incluso que puedo sentirla. Me acerco tímidamente pero sin perder tiempo, nunca se sabe cuándo se puede desvanecer. Estoy tan cerca de ella que podría tocarla… pero no lo hago hasta que reúno el suficiente coraje. Es mi mano entrando en órbita contra su pelo, me siento como Luke Skywalker adentrándose en el corazón de la Estrella de la Muerte, pero por un camino todavía más estrecho. Y cuando por fin logro  tocarla ella sonríe, sonríe y su boca se entreabre para  dar a luz aquellas palabras que tan ansioso estaba por oír: “Binggggg Binggggg Bingggggggggggggggg”
Mierda, eso es todo lo que ha sido, otro sueño de mierda. Todo ese mundo se ha venido abajo y ha sido sustituido por un techo mal pintado y por un móvil vomitando la peor de las melodías que alguien puede poner como despertador. Qué le vamos a hacer, sigo siendo uno de los pocos privilegiados que no disponen de un Smartphone y despierto cada mañana sonriente bajo la magia del tono de serie que trae ese pedazo de basura que tengo por móvil. He de reconocer que le  tengo cariño, ¿Extraño verdad?, yo  tampoco entendía porque la muñeca favorita de mi hermana pequeña  era aquella que era calva, le faltaba un ojo y olía a perro mojado.
Volviendo a mi dulce despertar decido cerrar los ojos cinco minutos más, por joder, porque no voy a descansar más por estar otros cinco minutos con los ojos cerrados pero me gusta saber que tengo el control, y si me pongo tonto pues me quedo otros cinco minutos más. Creo que esos cinco minutos son los que más dan de sí a lo largo del día, llevan consigo una profunda reflexión sobre qué coño estoy haciendo con mi vida y a la vez traen a juicio la dura decisión de si merece la pena levantarme de la cama o quedarme toda la mañana haciendo lo que mejor se me da: Ser improductivo. La decisión sería clara y fácil si no fuera por el hecho de que mis padres consiguieron implantarme un gran sentido de la responsabilidad y sobre todo porque mi conciencia es especialista en joderme con todo aquello que no hago hasta hacerme sentir la mayor mierda sobre la tierra.
 No queda otra opción, saco las piernas de la cama y me quedo sentado. Hago estiramientos con el cuello pero solo por postureo, para darme la sensación de que ya empiezo el día aprovechando cada segundo como si fuese el último, me gusta vivir al límite. Cuando soy capaz de ponerme en pie me acerco a la ventana y miro hacia fuera, es increíble la cantidad de personas que ya están dispuestas a comerse el mundo, yo nunca me levanto con hambre, que le vamos a hacer.
Ahora estoy desnudándome y entrando en la ducha, que más que ducha se siente como un puto frigorífico. “Te juro que eso que me cuelga entre las piernas no suele estar así”- me digo a mi mismo. El agua está congelada y me hace cagarme en todas y cada una de las personas que viven en los alrededores, aunque no los conozca que les jodan a todos,  los jodería yo mismo si no fuese porque mi órgano sexual está ahora mismo más hacia dentro que hacia fuera, pero te juro que normalmente no es así de tímido. En la ducha puede pasar  de todo, desde llegar a la conclusión de que tienes una vida de relleno y de que es hora de entrar a tu trabajo y enfrentarte a tu jefe con los puños, vencerlo y reclamar el negocio para ti, mientras todos tus compañeros te cogen en brazos y te llevan a la oficina, hasta caer hipnotizado por el champú y leerte su composición infinitas veces. 
Me quedan solo diez minutos antes de entrar en el tramo final de la prisa, no me da tiempo a pensarme dos veces que me voy a poner encima y por eso salgo como salgo, por eso pillo tan poco supongo.  Me lavo los dientes y me miro en el espejo intentando verme de la mejor forma posible… “joder vaya cara de resaca y eso que ni siquiera salí ayer. Ojalá lo hubiese hecho”. Cojo el libro que actualmente estoy leyendo y que confío en que me dé un toque atractivo-sexual y me dirijo hacia la boca del metro. El día acaba de empezar, los pájaros cantan alegremente e incluso pueden distinguirse unos tímidos rayos de sol, la gente sonríe y se dirige hacia sus puestos de trabajo. Tal vez mi optimismo se haya colado por la entrada del metro hacia el inframundo de la muchedumbre y del olor corporal, no hay manera de sacarme una puta sonrisa recién levantado, historia real.

martes, 16 de octubre de 2012

Toc Toc, ¿Quién es?


Llega el momento en la vida de todo ser humano en la que decide que es momento de hacerse un blog. Y cuando digo ser humano me refiero a todas aquellas personas que disponen de conexión a internet, mucho tiempo libre y un sin fin de basura aleatoria en la cabeza.
Pues bien, hoy día 16 de Octubre del 2012 y aún a riesgo de que se acabe el mundo y todo el esfuerzo invertido en abrir un blog sea en vano, aquí estoy. Con un par.
Y qué vengo yo a contaros en un blog pensaréis. No os voy a contar el transcurso de mi día a día como si de un quiceañero se tratase, así que no temáis. Yo lo veo más como una vía para desahogarme de esta sociedad que tantos dolores de cabeza me está dando últimamente. Y también para quejarme, que es mi deporte favorito.
Estoy también abierto a todo de sugerencias, podéis pedirme que escriba sobre cualquier cosa que tengáis miedo a plasmar mediante palabras, haré mi mejor esfuerzo por montaros una historia cojonuda y si no siempre podéis dejarme comentarios llamándome gilipo e hijodepu.


Reconozco que me da un poco de vergüenza, me siento casi como la primera vez que me tuve que desnudar delante del médico o como cuando se me escapo mi primer pedo en público. Bienvenidos a mi mundo, you´re welcome to SuckMyDesk.