Tuvo que probar varias veces hasta que logró atinar y meter
por fin la llave en la cerradura. Alargó el brazo y alcanzó el pomo de la
puerta con la mano; Lo giró con cuidado pero eso no fue suficiente para
impedir que un dolor punzante lo sacudiese de arriba abajo.
Al otro lado la puerta se podían oír unos pasos familiares
acompañados de una respiración agitada que denotaba ansiedad y exaltación. La
mano fue automáticamente al bolsillo y extrajo una cajetilla de tabaco.
Freddy se acomodó en el porche de su casa fumándose un
pitillo a la luz de la media luna, dándose un respiro antes de volver a
intentar entrar. Al acercarse el cigarro a la boca no pudo evitar fijarse en la
sangre que bañaba sus nudillos. Desprendía un olor cálido y fuerte al que
estaba más que acostumbrado. La esencia de la sangre no era otra que su propia
esencia.
Los sonidos provenientes de la puerta hicieron a Freddy
apresurarse y finalmente allí estaba de nuevo, mano a mano con ella. Esta
vez la llave se deslizó y dió en el blanco a la primera. Tragó saliva y esta vez
decidió abrirla empujándola lentamente con la punta del pié.
Nada más entrar y sin previo aviso una sombra enorme y
peluda se abalanzó contra él haciendo que perdiese el equilibrio y algo
comenzó a lamerle la cara.
-“Ei, ei, calma chico. Si sigues recibiéndome así voy a
estar vomitando pelo y babas hasta Navidad”
Freddy logró quitarse a Bobo de encima y le acarició detrás
de las orejas para que se calmase un poco. Mientras lo hacía, todas las cosas
que habían ocurrido aquella tarde empezaron a bailar en su cabeza. La mirada
aterrada de aquella mujer, sus puños impactando una y otra vez sobre la cara de
aquel tipo…
Tardó unos minutos en recomponerse y en cuanto recuperó el
control se dirigió directamente a la cocina. Bobo en seguida lo acompañó,
silencioso y agitando el rabo efusivamente.
Era ridículo ver a un Rottweiler comportarse de una manera
tan amigable y social. Una raza tan fuerte y agresiva. Freddy no alcanzaba a
comprender por qué él seguía recibiéndolo día tras día como si quisiera hacerle
sentir la persona más importante y honrada de la Tierra.
Abrió la nevera y cogió una cerveza fría acompañada de un
paquete de salchichas precocinadas. Encendió la radio y se sentó en el sofá
para disfrutar de su merecida cena.
La cerveza no dio mucho juego y Bobo acabó ingiriendo la
mayor parte de las salchichas, es por eso que Freddy considero oportuno dar
paso al postre. Como cada noche se acercó al minibar y agarró la botella de
whisky junto con un vaso lo suficientemente grande como para ahogar todas y
cada una de sus penas.
Bobo se sentó delante de él, sacando la lengua y con una
mirada que pedía a gritos que lo acariciaran de nuevo. Freddy posó su mano en
su hocico a la vez que utilizaba la que le quedaba libre para sostener el vaso.
El tacto sobre la piel del animal se sentía relajadamente
cómodo, igual que cuando vas a la playa y sumerges las manos en la arena
caliente. Eso lo hacía sentirse bien, tanto a él como al perro. Solo así lograba evadirse del mundo que le rodeaba, aunque solo fuese durante un breve espacio de
tiempo.
A medida que pasaba la noche el whisky comenzó a reclutar a
todos aquellos pensamientos que Freddy mantenía apartados en lo más profundo y
oscuro de su cabeza.
-“¿Cómo he acabado aquí Bobo?” masculló mientras rebuscaba
en el interior de su chaqueta.
Bobo restregó el hocico contra su rodilla, mendigando una
caricia.
-“Tú nunca te cansas, ¿Verdad?” dijo sacando la 9mm de la
funda y apoyándola cuidadosamente en el reposabrazos.
-“No es mi culpa Bobo, una cosa llevó a la otra y ahora
estoy donde estoy. Donde tengo que estar. Si no lo hiciese yo… ¿Quién lo iba a
hacer entonces?"
Llenó el vaso una vez más y volvió a posar su mano sobre la
cabeza del perro.
Los recuerdos eran cada vez más fuertes e insoportables. Viendo
pasar su pasado por delante y siendo él su único juez, las lágrimas no tardaron
en bañar los ojos de Fred. Como por instinto Bobo se incorporó y apoyó sus
patas delanteras sobre las rodillas de su amo, ofreciéndole consuelo.
Fredd rompió a llorar mientras abrazaba a su único amigo que
no paraba de aullar y lamerle las lagrimas que se precipitaban por su mejilla.
-“Claro que eres un buen chico, por supuesto que lo
eres”
Se levantó y volvió a guardar la pistola. Llenó de comida el
plato de Bobo y luchando por no chocar contra las paredes del pasillo se dirigió
hacia su habitación. Antes de llegar a la puerta frenó en seco, dió media
vuelta y dijo: “Gracias”
Entró en el cuarto y cerró la puerta tras de sí.
El vecindario se despertó en medio de la noche con el estruendo de un disparo seguido de un aullido ensordecedor.
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