miércoles, 21 de noviembre de 2012

The life beyond the screen


Todavía recuerdo aquellos días en los que pasaba desapercibida como una sombra tragada por la oscuridad. Tardes de recreo sin más compañía que la de un bocadillo de jamón y queso; siempre acechada por miles de miradas que oscilaban entre el desprecio y el pasotismo más absoluto.

Nunca destaqué en nada. Un humano más entre millones, sin ninguna meta o cualidad que me diferenciase de los demás. Me sentía arrastrada por un conformismo devastador que me devoraba desde dentro y cada día me iba ahogando más y más en la espiral de la dejadez.

Fueron tiempos oscuros. No llegaba ni un mísero rayo de luz a mi pequeño rincón y ante mí se presentaba una vida anónima y carente de valor.

No tiene sentido torturarme a mí misma dándole coba a todos esos recuerdos que no dejan otra cosa que mal sabor de boca. La luz acabó llegando e inundo cada recoveco de mi existencia. Por fin era alguien.

Esto sucedió hará tres años, cuando mis padres decidieron modernizarse y en un momento de iluminación contrataron una tarifa de internet.

Yo nunca había sido muy familiar. Prefería pasar el tiempo en mi habitación, a solas con mis libros, videojuegos… y haciendo la única cosa que se me da bien: Darle vueltas a la cabeza.
La llegada del internet fue un factor clave en el proceso de mi aislamiento. No tardé en aprender a usarlo y descubrí el fascinante mundo que latía al otro lado del ordenador.

En cuestión de días mis padres se dieron por vencidos y desistieron en su intento por formar parte del siglo XXI. En el momento en que lo dejaron, todos sus esfuerzos se focalizaron en hacerme pasar menos tiempo en mi habitación y más tiempo con ellos. Tras fallar repetidas vidas perdieron la esperanza y dejaron que el río siguiese su curso. Es curioso que nunca contemplasen el hecho de quitar internet , seguían pagándolo un mes sí y otro también…
Internet me cautivo ofreciéndome un sinfín de respuestas y el doble de preguntas. Ahora tenía un lugar donde iba a ser escuchada, un sitio donde podía convertirme en todo lo contrario a lo que había sido durante los últimos 16 años.

Las redes sociales no tardaron en plagar mi pantalla con cientos de amigos y seguidores de todas partes del mundo. Gente que de una forma u otra habían llegado hasta mi perfil y querían conocerme. Puedo estar escuchando música y hacer que todos mis amigos sepan exactamente lo que estoy oyendo, descubrir si comparto los mismo gustos que el resto de gente de la red e incluso conocer a que se dedica aquel chico tan atractivo que nunca conoceré.
Mi vida, antes vacía, ha dado un giro de 180 grados. Al fin soy alguien.
Cada segundo alejada de esta dimensión es insoportable. Aquí me siento querida, me da fuerzas para seguir adelante.




La semana pasada conocí a un chico a través de una página de música. Desde entonces hemos estado hablando sin parar, es increíble.
Le cuento mis problemas en casa, mis discusiones con mis padres, las ganas que tengo de irme a vivir por mi cuenta… No para de decirme lo especial que soy y que no puede esperar a conocerme en persona. Se muere por cogerme de la mano y poder mirarme a los ojos directamente, verme tal y como soy.
Quedamos hace cuatro horas en el parque de al lado de mi antiguo colegio. No he sido capaz de ir a verle.  Tengo miedo de que me vea como la persona que fui cuatro años atrás.
No hemos vuelto a hablar, ha desaparecido completamente de mi mundo.  Estoy triste y pongo una canción en mi muro de Facebook que transmita como me siento. Actualizo mi estado de twitter diciéndole a todo el mundo que me voy a dormir.


Más de veinte retweets y unos cincuenta “me gusta”, y por primera vez, en este mundo perfecto, me siento absolutamente sola.

¿En quién me he convertido?

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