Todavía recuerdo aquellos días en los que pasaba
desapercibida como una sombra tragada por la oscuridad. Tardes de recreo sin
más compañía que la de un bocadillo de jamón y queso; siempre acechada por
miles de miradas que oscilaban entre el desprecio y el pasotismo más absoluto.
Nunca destaqué en nada. Un humano más entre millones, sin
ninguna meta o cualidad que me diferenciase de los demás. Me sentía arrastrada
por un conformismo devastador que me devoraba desde dentro y cada día me iba
ahogando más y más en la espiral de la dejadez.
Fueron tiempos oscuros. No llegaba ni un mísero rayo de luz
a mi pequeño rincón y ante mí se presentaba una vida anónima y carente de
valor.
No tiene sentido torturarme a mí misma dándole coba a todos
esos recuerdos que no dejan otra cosa que mal sabor de boca. La luz acabó
llegando e inundo cada recoveco de mi existencia. Por fin era alguien.
Esto sucedió hará tres años, cuando mis padres decidieron
modernizarse y en un momento de iluminación contrataron una tarifa de internet.
Yo nunca había sido muy familiar. Prefería pasar el tiempo
en mi habitación, a solas con mis libros, videojuegos… y haciendo la única cosa
que se me da bien: Darle vueltas a la cabeza.
La llegada del internet fue un factor clave en el proceso de
mi aislamiento. No tardé en aprender a usarlo y descubrí el fascinante mundo que
latía al otro lado del ordenador.
En cuestión de días mis padres se dieron por vencidos y
desistieron en su intento por formar parte del siglo XXI. En el momento en que
lo dejaron, todos sus esfuerzos se focalizaron en hacerme pasar menos tiempo en
mi habitación y más tiempo con ellos. Tras fallar repetidas vidas perdieron la
esperanza y dejaron que el río siguiese su curso. Es curioso que nunca
contemplasen el hecho de quitar internet , seguían pagándolo un mes sí y otro
también…
Internet me cautivo ofreciéndome un sinfín de respuestas y
el doble de preguntas. Ahora tenía un lugar donde iba a ser escuchada, un sitio
donde podía convertirme en todo lo contrario a lo que había sido durante los
últimos 16 años.
Las redes sociales no tardaron en plagar mi pantalla con
cientos de amigos y seguidores de todas partes del mundo. Gente que de una
forma u otra habían llegado hasta mi perfil y querían conocerme. Puedo estar
escuchando música y hacer que todos mis amigos sepan exactamente lo que estoy
oyendo, descubrir si comparto los mismo gustos que el resto de gente de la red
e incluso conocer a que se dedica aquel chico tan atractivo que nunca conoceré.
Mi vida, antes vacía, ha dado un giro de 180 grados. Al fin
soy alguien.
Cada segundo alejada de esta dimensión es insoportable. Aquí
me siento querida, me da fuerzas para seguir adelante.
La semana pasada conocí a un chico a través de una página de
música. Desde entonces hemos estado hablando sin parar, es increíble.
Le cuento mis problemas en casa, mis discusiones con mis
padres, las ganas que tengo de irme a vivir por mi cuenta… No para de decirme
lo especial que soy y que no puede esperar a conocerme en persona. Se muere por
cogerme de la mano y poder mirarme a los ojos directamente, verme tal y como
soy.
Quedamos hace cuatro horas en el parque de al lado de mi
antiguo colegio. No he sido capaz de ir
a verle. Tengo miedo de que me vea
como la persona que fui cuatro años atrás.
No hemos vuelto a hablar, ha desaparecido completamente de
mi mundo. Estoy triste y pongo una
canción en mi muro de Facebook que transmita como me siento. Actualizo mi
estado de twitter diciéndole a todo el mundo que me voy a dormir.
Más de veinte
retweets y unos cincuenta “me gusta”, y por primera vez, en este mundo
perfecto, me siento absolutamente sola.
¿En quién me he
convertido?
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