martes, 19 de febrero de 2013

El camino del samurai: El Fin

El sol asciende entre las montañas que se divisan a lo lejos, dándome permiso para continuar con mi camino. Apoyo la mano sobre el mango de la katana, y me acuerdo de su verdadero amo. Su muerte también pesa sobre mis hombros. Se despidió de mí invitándome a vivir, y ahora esa promesa es lo único que me queda. Aún sin honor, un hombre debería cumplir aquellas promesas hechas desde el corazón. Puede que las palabras no saliesen de mi boca, pero aquel viejo merecía una última promesa.

Me abro paso entre la maleza, y tras un par de horas encuentro el lugar que estaba buscando. En esta colina pasé gran parte de mi juventud. Solía venir hasta aquí todas las tardes, a mirar mi aldea desde las alturas. Disfrutaba pasando el tiempo a solas, golpeando el aire con mi espada hasta que apenas podía levantar los brazos. Cuando la noche caía sobre mí, me tumbaba sobre la hierba y miraba las estrellas, y entonces me sentía el ser más insignificante del mundo. Eso me daba ganas de seguir entrenando, quería hacerme más grande bajo el cielo, mirar a las estrellas con confianza y sostenerlas en mi puño. Y ahora estaba aquí una vez más, y ya no me importaba mi tamaño, o mi fuerza,  ni siquiera  tenía ganas de levantar la cabeza para ver el cielo. Lo que buscaba era algo de este mundo, y lo único que necesitaba era tiempo para dar con ello.

La aldea seguía siendo igual de modesta, incluso daba la sensación de que había encogido. Estaba poblada por pequeñas casas de madera, surcada por calles que estaban prácticamente vacías, y en las que solo se escuchaba el crujir de la madera golpeada por el viento. Parecía un pueblo fantasma, lleno de viejos recuerdos que hacían hervir viejas cicatrices, era nostálgico ver en lo que se había convertido.  Mis pasos me llevaron hasta el antiguo dojo de mi padre, abandonado tiempo atrás. La reputación de mi padre lo había llevado a conseguir un nuevo trabajo en Kyoto, allí residía desde hace 4 años, dando clases a hijos de familias adineradas. Nadie había tenido la osadía de tomar el relevo en el dojo, sería un insulto a su maestría, puesto que aquel que tuviese el coraje para hacerlo, debería cargar desde entonces con el nombre de mi familia.

Nunca tuve interés en heredar el dojo, mi corazón siempre perteneció al mundo. Tal vez si las cosas hubiesen sido distintas, si ella hubiese permanecido a mi lado, puede que en ese caso me hubiese conformado con una vida normal en la aldea. Pero el destino es caprichoso y salvaje, y mi lugar estaba junto a la muerte, era su hijo y su emisario, y eventualmente me reuniría con ella. Una vez que termine con esto, yo mismo saltaré a sus brazos.

La única forma de conseguir información, era acudiendo al bar de la aldea, el lugar donde cualquier persona te vendería a su familia por un buen trago de sake.  Y allí fue donde me dirigí. Entré y me senté, esperando pacientemente al encargado. Aquel sitio seguía igual de lúgubre que siempre, cada vez que alguien entraba, una oleada de polvo se levantaba como bienvenida. La decoración estaba fuera de la carta, al igual que cualquier tipo de bebida no alcohólica. Pero lo que más me llamó la atención, fue la ausencia de la clientela habitual. Era una aldea pequeña, pero una aldea de campesinos, y estos tienen la habilidad innata de hacer cualquier momento el ideal para tomar un trago. No había campesinos sedientos aquel día, y todo empezaba a indicar que no era una simple coincidencia.

-Sal de ahí, se que estás ahí.- Grité a un bulto inmóvil que estaba escondido detrás de la barra. – ¿Acaso no vas a servirle nada a este pobre viajero?-

El bulto se movió, y resulto ser el propietario del establecimiento. Un señor bajito y bien alimentado, que ocultaba la boca tras un prominente bigote. Se acercó temblorosamente hasta mí, su frente estaba salpicada de sudor, y su aliento apestaba a licor barato.

-Discúlpame, no te había visto.- Dijo, haciendo todavía más evidente que algo estaba ocurriendo.

-Ponme un poco de sake, ha sido un día muy largo y necesito un poco de evasión.- Sonreí educadamente mientras intentaba deducir que estaba pasando.

-Lo siento, pero no nos queda nada, estaba a punto de cerrar por hoy.- Procuro no mantener el contacto visual mientras lo decía, era evidente que estaba asustado.

Agarré la empuñadura de la espada amenazante. –De verdad necesito un trago, después es libre de cerrar, no me gustaría causar problemas.- El hombre tragó saliva y asintió, dio unos pasos hacia atrás, asegurándose de que mi espada seguía en la funda, y desapareció detrás de la barra.

Tenía que hablar con alguien cuanto antes, pero aquel posadero no parecía una fuente de información fiable. Después de un minuto que se hizo eterno, el señor apareció de nuevo, traía un vaso rebosante de licor. Lo dejó en la mesa, hizo un gesto de cortesía, y sin decir nada volvió a desaparecer. Tendría que llamar a algunas puertas si de verdad pretendía averiguar algo, acerqué el vaso a la boca, con la intención de sentenciarlo con un solo trago. Cuando el líquido estaba a punto de entrar en contacto con mis labios alguien me gritó.

-Espera, no lo hagas- Una mujer salió de la trastienda, se acerco apresuradamente y mando el vaso por los aires de un golpe. –Pensé que serías más inteligente Nozomi- Hacía tiempo que no escuchaba mi propio nombre, pensé que todo el mundo lo había olvidado.

-¿Cómo sabes mi nombre, quien demonios eres?- Había algo que me resultaba familiar en su cara, pero cuando me di cuenta fue demasiado tarde. Su mano impacto de lleno contra mi mejilla, y sus ojos se volvieron acuosos.

-¿Quién soy? Sigues siendo un cabeza hueca Nozomi, tenía que haber dejado que te atragantases con el veneno.- Mi mejilla ardía debido al golpe, y me sentí como un estúpido por no haberla reconocido. Yo ya no era el mismo hombre del que Mitsuki se había enamorado locamente tiempo atrás, y ella se había convertido en toda una mujer. Era la hija del dueño del bar, tenía el pelo del color del fuego, una larga melena recogida en una coleta que se extendía casi hasta la cintura. Sus ojos eran enormes, azules y temperamentales como el mar, y sus labios eran carnosos y bien definidos.

-Mitsuki… yo… soy un estúpido…- La mano de Mitsuki volvió a impactar contra mi cara, poniendo de manifiesto el ferviente carácter por el que era conocida. Era increíble como había cambiado. –Escucha, no tengo mucho tiempo, hay una cosa que debo contarte- Hice caso omiso al vaso de sake que había estado a punto de matarme, y me dispuse a contarle mi historia.

-No hay nada que no sepa.- Me interrumpió. -El Shogun ha mandado una carta a la aldea, con órdenes severas de capturarte, vivo o muerto. Probablemente el ejército este al caer. La gente está asustada, todo el mundo se ha encerrado en sus casas.-  Eso explicaba la escasez de gente en las calles. Mitsuki se sentó mi lado y me abrazó, como si se supiese que no iba a tardar mucho en abandonar el mundo de los vivos. Le devolví el abrazo, nostálgico, pero no podía retrasarme más.

-Escúchame Mitsuki, hay algo que tengo que hacer. Ahora no puedo explicártelo todo, puede que nunca pueda hacerlo, pero necesito preguntarte algo.-

La conversación con Mitsuki fue breve, pero fructífera. Me costó convencerla para que me dejase ir, no quería verla involucrada en todo aquello. Si el Shogun se enteraba de lo que había hecho, la condenarían junto a mí. Y ya había arrastrado a bastantes personas durante mi aventura. Mitsuki me dijo donde podía encontrar lo que estaba buscando,  y por suerte, ella seguía viviendo en el mismo sitio, y aquel lugar estaba bastante cerca de donde me encontraba.

Me despedí de Mitsuki con un fuerte abrazo.

-Prométeme que volveremos a vernos- Me dijo, mientras las lágrimas se escapaban a través de sus preciosos ojos. –Prométemelo Nozomi.-

-Te lo prometo- Dije sin apenas pensarlo.

-Siempre has sido un pésimo mentiroso, Nozomi. Suerte.- se frotó los ojos y escapó corriendo, puede que su amor por mí tampoco hubiese muerto. Pero al menos había tenido la oportunidad de despedirse, y yo tenía que hacer lo mismo.

Di media vuelta, siendo consciente de que me estaba dirigiendo a mi destino. Pasé por delante del dojo de nuevo, y me acordé de aquellos tiempos, cuando la hoja de mi espada era pura e inocente. Ahora mi hoja estaba manchada de sangre, manchada por todos aquellos sueños muertos de la gente que había matado, y manchada con el odio y la ira con la que me había abierto paso a lo largo de mi existencia. Me acerqué a la puerta y me arrodillé, aquello era lo más respetuoso que podía hacer, me levanté y seguí caminando.



La casa está rodeada de hierba y flores, todo está perfectamente cuidado. Es otra casa de madera, como las demás de la aldea, pero hay algo que la hace especial, alguien. Mi paso se hace lento e inseguro, y mi corazón bombea sangre por encima de sus posibilidades.

Estoy a unos escasos metros de la puerta, puedo olerla, ese olor característico a flores silvestres, ese perfume con el 
que he soñado tantas noches. Saco la espada de la vaina y la clavó en el suelo, al lado de mi pierna. Es el momento, voy a dar un paso hacia delante, cuando escucho un chasquido, y algo viene en mi  dirección. Una flecha se clava al lado de la espada, y me veo obligado a darme la vuelta. Detrás de mí se encuentran un grupo de hombres armados, cuarenta, tal vez cincuenta. Uno de ellos se adelanta y alza la voz.

-Nozomi, este es el fin, entrégate y te prometo que tendrás una muerte indolora.- Aquel hombre que habla, ha luchado a mi lado en más de una ocasión, un hombre de palabra, de eso no hay duda. Pero estoy demasiado cerca como para rendirme ahora.

Me doy la vuelta y me dirijo a la puerta, algunas flechas más aterrizan en las inmediaciones, pero ninguna tiene como objetivo darme, son simples advertencias. Estoy a punto de llegar cuando la puerta se desliza hacia un lado, no soy capaz de ver a nadie hasta que bajo la vista. Una pequeña niña me mira desde abajo, no hay miedo en sus ojos, solo curiosidad. Me mira y sonríe, sin juzgarme por lo que soy o lo que he hecho. Un hombre la agarra y la mete dentro apresuradamente, intentó hablar pero las palabras se atrancan en mi garganta.

Es como un sueño, un sueño que llevo toda una vida esperando. Su olor es cada vez más fuerte, sé que está ahí, y finalmente, ella sale por la puerta. Su pelo es oscuro, tan oscuro como la más aterradora sombra, pero es la clase de sombra en la que uno desearía desaparecer. Sus ojos eran negros también, pero llenos de vida. La miré, y mis piernas se tambalearon. Por fin estaba aquí, delante de ella, y ahora obtendría todas las respuestas a esta vida de soledad.

Busqué en sus ojos,  esperando ver aquello a por lo que vine,  seguro de mi mismo, ansiando que se lanzase a mis brazos y el mundo se desvaneciese de un soplido. Pero sus ojos no me miraban a mí, ella ya no se acordaba de quien era, me sentía como un león que acababa de acorralar a su presa, y ella estaba aterrorizada, incapaz de reconocer al hombre que había pasado por el infierno para encontrarla.

-Por favor, no hemos hecho nada, no nos haga nada por se lo ruego.- Y escuche como algo se rompía dentro de mí. Había recorrido todo el camino, pero había olvidado que no todo dependía de mí.  Ella nunca me perteneció, y yo había sido un necio por haber pensado lo contrario. El mundo seguía siendo el mismo lugar, un sitio donde no todos pueden apuntar a las estrellas. Pero a pesar de todo, estaba tranquilo. Había cumplido mi última voluntad, y mi última promesa, dedicada a un completo desconocido, estaba más que saldada.

No pude evitar sonreír, todo había sido una enorme broma. Dios, o quien fuera que estuviese allá arriba, estaría riéndose a carcajadas. Me di media vuelta, para enfrentarme al juicio que tanto tiempo había estado evitando.

-Adios Miu- Cerré los ojos de nuevo, y las sombras volvían a rodearme. En sus caras había atisbos de felicidad, sabían que ya tenía un pié en su lado. Aquí termina todo.

Abro los ojos y delante de mí se encuentra mi espada, hundida en el césped. Una vez más volvemos a estar juntos. Soy un hijo de la muerte, y la única fidelidad que conozco es la de la espada, abandonaré este mundo entregándome a mi verdadera naturaleza, y jamás volveré a mirar atrás.

Agarro la empuñadura y alzo mi arma apuntando a mis enemigos. Es el fin, al menos es el fin que yo elegí.

-¿Vais a quedaros ahí todo el día?- Grito enfurecido, como una bestia acorralada que muestra sus dientes.

Corro hacia ellos como alma que lleva el diablo, las sombras están cada vez más cerca, me agarran y susurran palabras envenenadas en mis oídos.


Respiro profundamente y me dejo llevar por el viento, entregándome en cuerpo y alma al último baile con la muerte. “Todo samurái vive concienciado de que este momento va a llegar, aceptando cada día como si fuese el último. Mi nombre es Nozomi, he entregado mi vida a la espada, y con el derecho que ello me confiere, elijo hacer del campo de batalla mi tumba.”

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